Comunidades, Comunidades - 2004

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

¿Hacia lo estados unidos de Europa? – 05/05/04

Imprimir

Con veinticinco estados-miembro, fronteras extendiéndose desde el océano Atlántico hasta Rusia, una economía que representa el 21% del PBI mundial, y conformando la zona más poblada del mundo después de China e India, la flamante nueva Unión Europea emerge como un bloque regional política y económicamente fuerte. El continente europeo imperial que a principios del siglo XX controlaba con sus colonias alrededor del 85% de la tierra firme del globo, parece reconstituirse a sí mismo como un actor internacional im­posible de ignorar.

Al incorporarse a la UE un mes después de haber sido aceptados por la OTAN, los países bálticos parecen dar el cierre de puerta final al paraguas de la influencia soviética. Y es justamente tal aprehensión histórica al totalitarismo comunista ruso de antaño el factor que ha hecho pendular las simpatías bálticas hacia Estados Unidos de América, visión un tanto ausente en Europa occidental, a pesar de haber sido ella misma rescatada al menos dos veces por Estados Unidos de sus propios demonios el siglo pasado. Las nuevas naciones traen consigo el potencial de imbuir aire fresco al debate ideológico de Europa occidental en torno a su papel en el mundo, su política exterior y sus relaciones con Washington, aunque también está presente el riesgo de que los europeos orientales cedan a las presiones de grupo y, en tanto incipientes socios, deban amoldarse a visiones y políticas preestablecidas.

Como toda integración, es dable anticipar situaciones de conflicto interno. Las disparidades ideológicas, económicas, culturales y hasta idiomáticas, entre los viejos y los nuevos estados de la UE, abren el interrogante acerca de cuan unida será realmente la UE. Aún antes de la incorporación de los países bálticos, Europa debatía si incluiría a D’s en su Carta Magna o si mencionaría las raíces cristianas del continente, entre otros dilemas. Ha aceptado a la parte griega de Chipre, pero no así al sector turco de la isla.

Y aún debe definir su postura con relación a Turquía, el único estado aspirante musulmán, cuya postulación ha quedado diferida en al menos una década. («La Unión Europea tiene que ser europea, además de unión» acotaba hace poco el filósofo español Fernando Savater, dando eco al sentir continental).

Europa deberá demostrar de ahora en más cuan abierta realmente es en torno a la diversidad cultural que tanto predica. Los europeos han hecho un culto del multiculturalismo y del universalismo, y la absorción de 75 millones de habitantes provenientes de cul­turas diversas testeará sus nociones de apertura. El crecimiento religioso de la minoría musulmana en Francia y la consecuente reacción republicana de prohibir el uso en escuelas públicas del velo islámico (junto al Maguen David judío y la cruz cristiana) es ejemplo de los límites de la tolerancia europea -o en este caso, gala- por lo diferente, al menos en su propio terruño.

Europa porta una cosmovisión optimista del devenir de la humanidad, cree en la perfectibilidad del alma humana, deposita su fe en las instituciones supranacionales, y está convencida de las virtudes del multiculturalismo y del pacifismo. Vive en lo que Robert Kagan denomina el «paraíso post-histórico de relativa paz y seguridad» y sospecha del ejercicio del poder, especialmente cuando quien lo ejerce es EE.UU; una nación que concentra el 44% del gasto militar del mundo, aún cuando su población no supera el 5% de la población del planeta, y cuyo presupuesto militar dobla al de la propia UE de los veinticinco miembros.

Sorprende un poco que Europa sermonee a Estados Unidos respecto de los males de homogeneizar el mundo a través de la MTV, el libremercado, o la idea de la democracia liberal, pero al mismo tiempo -en la correcta observación de Alvin Toffler- ella está creando unidades únicas para el té, la educación, la geografía, y otros. O, como señalara Emanuele Ottolenghi de la Universidad de Oxford, que Europa proteste la misión civilizadora norteamericana mientras intenta imponer su propia visión eurocéntrica.

Hoy, Europa se posiciona como un bloque regional muy importante. Pero aún dista mucho de consolidarse como una superpotencia alternativa a Estados Unidos. No obstante, la ampliación de la UE -sea esa la intención o no- representa un paso en tal dirección. Las intensas divisiones políticas en el seno europeo expuestas en el marco de la guerra en Irak, evidencian fisuras a la cohesión regional sin la cual difícilmente el continente pueda constituirse en una potencia global. Para el futuro cercano al menos, la superpotencia mundial no se llamará Estados Unidos de Europa.