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Comunidades, Comunidades - 2006

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Benedicto XVI, Mozart y el Islam radical – 18/10/06

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En algún momento, en lo relativo a las relaciones con el Islam radical, los occidentales deberemos abandonar la corrección política por el sentido común, y la timidez intelectual por la valentía de defender nuestros valores más preciados. Mientras que ese momento no llegue, continuaremos presenciando cada vez más graves episodios de intimidación y de violencia musulmanas.

Hemos desaprovechado una valiosa oportunidad de marcar un punto de inflexión en nuestras relaciones con el Islam radical semanas atrás, cuando Benedicto XVI -en su rol dual de líder espiritual del Catolicismo y Jefe de Estado del Estado Vaticano- tuvo la valía de cuestionar la actual y pasada violencia religiosa en el Islam en un discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona. Por haber rechazado -en una erudita ponencia sobre fe y razón – la irracionalidad de la violencia religiosa, y por haber afirmado -al invocar una vieja cita de un emperador bizantino -que hay algo desordenado dentro de la Casa del Islam, hemos obligado al Papa a retractarse y a distanciarse de una formulación que es históricamente correcta y cuyo enunciado es necesario en el mundo actual. Si algo, la propia reacción de los ofendidos musulmanes ha confirmado la pertinencia de la frase inicial. Para protestar en contra de la vinculación papal entre Islam y violencia, los musulmanes agraviados han atacado siete iglesias en la Franja de Gaza y Cisjordania y una en Basra, han asesinado a una monja italiana en Somalía y dos asirios en Irak, han emitido una fatwa contra el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, se han manifestado violentamente, quemado esfinges del Papa y llamado a destruir la cruces de Roma. Si Benedicto XVI se había equivocado en aseverar que había algo de violento en el Islam, está reacción no ha contribuido a refutarlo.

No habían terminado de aquietarse las aguas de esta tempestad, cuando nos hemos enterado que la Oper Deutsche de Berlín en la Alemania natal del Papa había decidido levantar la ópera “Idomeneo” de Mozart debido a un riesgo de seguridad “incalculable”. Dado que la ópera muestra las cabezas decapitadas de Poseidón, Mahoma, Buda y Jesús, se temió por una eventual reacción por parte de feligresías ofendidas; muy puntualmente por parte de los seguidores de Mahoma, no los de Buda o de Jesús. Algo similar había acontecido el año pasado en Londres, donde el museo Tate Britain vetó una exhibición de arte sobre el Corán para no herir la sensibilidad de la comunidad musulmana en un clima enrarecido luego de los atentados de julio contra los subtes y micros de la capital inglesa. Combinadas, estas dos cancelaciones artísticas reflejan una capitulación preventiva ante violencia anticipada. Este desarrollo es inquietante puesto que pondría en evidencia una grave auto-censura a partir de la intimidación por parte de las filas del Islam radical a propósito de que es permisible y que no lo es en el arte y en el discurso occidental. Tal como ha señalado el comentarista norteamericano Roger Kimball, hoy ha sido Mozart, mañana quizás sea Shakespeare, o Dante.

El punto no es abogar por la ofensa gratuita al prójimo, o al distinto, o al creyente o al no creyente. El punto es preservar el derecho a la libertad de expresión -desde el del líder de la Iglesia Católica hasta el de Mozart- aún al abordar asuntos islámicos. Ya son varios los intelectuales residentes en países occidentales bajo pena de muerte islámica por el simple hecho de haberse atrevido a denunciar, criticar o cuestionar tal o cual aspecto del Islam; desde el francés Robert Redeker hasta el indio Salman Rushdie, desde la recientemente fallecida italiana Oriana Fallaci hasta la somalí Ayán Hirsi Alí, y desde el asesinado holandés Theo Van Gogh hasta el alemán Joseph Ratzinger.

Hoy día en Occidente un artista como el argentino León Ferrari sabe que puede insultar a los católicos a través de su arte provocador con la convicción de que nadie lo matará por ello. Un cineasta como el estadounidense Mel Gibson sabe que puede difamar a los judíos en un film con la sólida creencia de que nadie lo asesinará por ello. Y de la misma manera, un caricaturista danés sabe que puede ofender a los musulmanes con la certeza de que de ahí en más su vida estará en juego. En consecuencia, los Ferrari y Gibson de Occidente seguirán adelante con lo suyo, mientras que probablemente ningún danés se atreva a dibujar una caricatura ni remotamente lesiva al Islam por un largo tiempo.

Este es el triunfo del oscurantismo por sobre la razón, el de la violencia por sobre la fe. Precisamente de ello estaba hablando el Papa cuando desde nuestros miedos lo forzamos al silencio.

Comunidades, Comunidades - 2006

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Kirchner frente al eje Caracas-Teherán – 04/10/06

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La última bravuconada del payaso bolivariano en el recinto de la Asamblea General de las Naciones Unidas el mes pasado fue recompensada con un fuerte aplauso y una larga fila de diplomáticos que se acercó a saludarlo y sacarse fotos con él. Su puesta en escena (pues sus intervenciones públicas traspasan el mero discurso y se enmarcan en la teatralización de sus consignas) consistió en insultar al presidente de los Estados Unidos de América, en su propia tierra, al tildarlo de “diablo”, “tirano” e “imperialista” y decirle que “no le haría mal un psiquiatra”. “Ayer vino el diablo aquí”, dijo el líder venezolano desde el podio en la ONU instantes antes de persignarse ante las risas de los presentes, “en este lugar huele a azufre todavía”. Chávez continuó con sus ofensas al día siguiente durante una visita al barrio neoyorquino de Harlem donde se refirió al presidente Bush como “un alcohólico, un hombre enfermo y acomplejado” y alguien “que camina como John Wayne”. Estos exabruptos hechos a medida para la audiencia anti-norteamericana calan tan bien entre los seguidores de Chávez -esos militantes de la inmadurez- que una simple referencia del revolucionario de Venezuela es suficiente para disparar al top-10 un libro oscuro del autor radical Noam Chomsky que hasta el día anterior se ubicaba en el puesto número 160.772 del ranking de ventas de Amazon.

“Chávez no es serio”, aseveró cierta vez Rosendo Fraga, “pero el fenómeno Chávez sí lo es”. Efectivamente, y desde su ascenso al poder el buscapleitos de Caracas ha estado forjando una alianza con cuanto extremista anti-estadounidense habita en el globo, comenzando con su colega el dictador cubano y finalizando (por ahora) con su nuevo hermano de armas el neonazi iraní Mahmoud Ahmadinejad. En los últimos meses Chávez visitó Moscú, Pekín, Bali, Kuala Lampur, Habana y Teherán; fue en esta última capital donde comparo a Israel con Hitler y abrazó al incitador al genocidio que tiene como presidente la República Islámica de Irán. Chávez ofreció su país como base misilística contra EE.UU. tal como Fidel Castro había servido a Nikita Kruschev durante la crisis de los misiles de los años sesenta, se ha puesto a fabricar rifles Kalashnikov en su tierra y ha expresado deseos de nuclearizar Latinoamérica. Además esponsorea a varias agrupaciones guerrilleras de la región y cada vez más regularmente fomenta inestabilidad regional. Con un Fidel Castro enfermo, Hugo Chávez pudo posicionarse como el líder carismático durante el último encuentro del Movimiento de Países No Alineados realizado en Cuba el mes pasado, donde usó la ocasión para cultivar apoyo a la candidatura de su país a un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Entre los países que ya le dieron su apoyo figuran Irán, Siria, Malasia, Cuba, Rusia, China y la Argentina.

Preocupada por este desarrollo, la comunidad judía estadounidense le planteó al presidente Néstor Kirchner su disconformidad por la amistad con el presidente venezolano, durante la reciente visita que éste realizara a Nueva York. “Nadie nos va a elegir los aliados. No tenemos que darle ninguna explicación a ninguna comunidad” fue la respuesta presidencial a la inquietud comunitaria según un informe del diario La Nación. Cuando le preguntaron si no le incomodaban los aliados de Chávez (en alusión a Ahmadinejad), el presidente argentino respondió: “A Hugo le tengo mucho afecto. Nos ayudó en momentos difíciles. El es así y no le voy a decir lo que tiene que hacer”. Y cuando le cuestionaron la no ruptura de relaciones diplomáticas con Irán a la luz del papel iraní en los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA en los años noventa, Kirchner se defendió aduciendo que “esos fueron ataques contra todos los argentinos. Nadie se puede hacer dueño del dolor”. Tales fueron sus palabras según el racconto de La Nación.

El presidente de los argentinos hace rato que pendula entre la izquierda responsable de un Lula o una Bachelet y la izquierda troglodita de un Evo o un Chávez. Siempre propenso a ofenderse con facilidad, las afirmaciones arriba citadas ilustran acerca de la poca gravedad que le asigna a su vinculación con los elementos más estrafalarios del populismo latinoamericano. “Dime con quién andas, y te diré quién eres” reza una conocida frase popular. No será digna del análisis político sofisticado, pero ciertamente retiene mucho del  saber campechano que la engendró. En una era de tantos sglógans gastados, es útil recordar que al menos algunos de ellos mantienen aún su vitalidad.

Al comparar al presidente norteamericano con el diablo, Chávez no se está comportando meramente como un propagandista desenfrenado. Más bien, está adoptando el discurso teológico del régimen iraní que define a EE.UU. como “el gran Satán” (y a Israel como el “pequeño Satán” que hay que “borrar del mapa”). Al visitar Teherán reiteradamente, al invitar al presidente iraní a Caracas, al firmar convenios de cooperación energética y al manifestarse a favor de la construcción de una mezquita iraní en Venezuela, Chávez no está jugando a la revolución; la está creando. Y al no distanciarse de este eje judeófobo, anti-yanqui y anti-israelí, nuestro presidente no está solamente correspondiendo al amigo Hugo. Más bien, está demostrando que su corazón está orientado hacia el destino al que su política exterior ya ha arribado.

La Voz del Interior

La Voz del Interior

Por Julián Schvindlerman

  

El 11-S, cinco años despues – 20/09/06

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Cuando el líder azteca Moctezuma vio por primera vez al navegante español Hernán Cortés y sus hombres en las costas mexicanas, seguramente la curiosidad y la incomprensión azotaron su mente con interrogantes en torno a quienes eran esos sujetos de piel blanca y ropas extrañas, de donde provenían y que querían. Moctezuma debió imaginar las respuestas en función a su propia cosmovisión y entendimiento del mundo; es decir, de su mundo. Tomando como referencia la mitología azteca, Moctezuma concluyó que Cortés era el dios Quetzacoatl. Enfrentado a un acontecimiento fenomenalmente exógeno a su mundo habitual, el líder azteca redujo el evento extraño a las dimensiones por él entendibles. La historia ya nos ha permitido verificar cuán trágico fue para los aztecas ese error comprensible.

Mediante este ejemplo, el filósofo estadounidense Lee Harris explica en su libro “Civilization and its Enemies: The Next Stage of History” que el 11 de septiembre de 2001 dejó a los norteamericanos y a Occidente enfrentados a un enigma similar al que se le presentó a los aztecas oportunamente, un enigma tan total que aún hoy no ha terminado de digerirse emocionalmente. Amoldando el terrible incidente a un contexto de racionalidad occidental, muchos buscaron en la propia historia occidental la explicación de una matanza tan colosal. Así, el colonialismo europeo, el imperialismo norteamericano, el conflicto palestino-israelí, el apoyo de Estados Unidos a Israel, la presencia de tropas en Arabia Saudita, o una combinación de estas cuestiones, pasó a conformar una suerte de paradigma único para entender el hecho atroz, al menos en los círculos bien pensant. A su vez, la exploración de las llamadas “raíces causales” del terrorismo -supuestamente la pobreza, la humillación, la opresión ,etc- cobró una nueva magnitud a partir de aquél fatídico 11 de septiembre, en detrimento de una exploración de la ideología totalitaria de la jihad global y de las motivaciones religiosas de los guerreros santos.

Tal como Moctezuma en el siglo XVI, los perplejos observadores del siglo XXI debieron recurrir a su propio entendimiento del mundo para explicar un desarrollo de considerable extrañeza. No que el terrorismo internacional en general, ni el de la variante musulmana en particular, fueran poco conocidos en Occidente. Pero la audacia y originalidad en la planificación, la simpleza y efectividad de la ejecución, la singular elección de objetivos, y la envergadura y letalidad de la conclusión, indudablemente posicionaron a dicho atentado en una nueva y hasta entonces no vista escala de espectacularidad en la historia del terrorismo mundial. Desde entonces, el Islam radical ha dejado sus huellas de terror en las estaciones de trenes de Madrid y Bombay, en los subtes de Londres, en las mezquitas y el edificio de la ONU en Irak, en las sinagogas de Túnez, Turquía y Marruecos, en las iglesias de Indonesia, en los hoteles de Bali, Sharm el-Sheikh y Amán, y en otros indecibles ataques en Kenya, Chechenia y Karachi, tal como ya había golpeado durante los años noventa a los argentinos en las calles de Buenos Aires y a los israelíes en los cafés de Tel-Aviv.
 
Durante estos largos y trágicos años, quienes vivimos en Occidente hemos estado discutiendo si nos encontramos o no en una guerra de civilizaciones. Independientemente del devenir de semejante disquisición, sería útil advertir que es lo que los propios  musulmanes fanáticos de Al-Qaeda y Cía dicen al respecto. Mientras que nosotros ponderamos sutilezas, Bin-Laden y sus seguidores no albergan duda alguna de que, efectivamente, una guerra de valores a escala mundial está en curso. Pocos casos ilustran esto con tanta claridad como el secuestro de dos periodistas de la cadena Fox el mes pasado en la Franja de Gaza. Sus captores palestinos accedieron a dejarlos en libertad solo una vez que éstos hubieran aceptado convertirse al Islam. ¿Puede alguien imaginar hoy algún país en Occidente en el que un musulmán sería forzado bajo amenaza de muerte a convertirse al Cristianismo o al Judaísmo? ¿Hemos olvidado que el periodista del Wall Street Journal Daniel Pearl fue obligado a anunciar su identidad judía instantes antes de ser degollado por su verdugo paquistaní? ¿Recordamos el llamado reciente de Al-Qaeda al pueblo norteamericano a abrazar la fe mahometana?

Al conmemorar el quinto aniversario del peor atentado terrorista de la historia, bien haríamos en valorar estas palabras del escritor inglés Paul Johnson: “Lo mejor que se puede hacer para honrar a quienes murieron es proteger a los que viven”. Para ello es vital dejar de lado las obsesiones auto-condenatorias que tanto nos afligen, reconocer que las amenazas de guerra santa y destrucción global no emanan ni de Washington, ni de Londres ni de Jerusalén, y por sobre todo, no cometer el error de Moctezuma de proyectar sobre  enemigos decididos nuestro adorado pacifismo.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2006

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

A propósito de la insensatez progresista – 06/09/06

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Que la mezcla de un progresista occidental y un fanático musulmán conforman un cóctel ideológico extraño –y además profundamente incongruente– nadie lo puede negar. Después de todo, el primero adhiere al ideario de la emancipación física, mental y espiritual del individuo, mientras que el segundo postula el encarcelamiento del cuerpo, de la mente y del alma del hombre. El progresismo supone la búsqueda de la libertad de los pueblos; el Islam fundamentalista materializa la opresión popular. El progresismo aspira a la hermandad universal; el Islam fanatizado al sometimiento mundial. Uno propone integración, el otro conquista. El progresista desea la democracia, el islamista la teocracia. El progresista respeta la variedad, el musulmán extremista la uniformidad. Donde uno celebra la paz, el otro canta a la guerra («santa», si es que cabe tal noción). Mientras que el buen progresista adopta el laicismo como manifestación de superación intelectual frente al rito y al mito, el fanático musulmán abraza la religión –ese mentado «opio de los pueblos» en la doctrina marxista– de la manera más oscurantista y primitiva posible.

En efecto, y en apariencia, no hay dos cosmovisiones más distanciadas la una de la otra que el progresismo occidental y el fanatismo musulmán. Y sin embargo, es cada vez más usual el deplorable espectáculo de identificación –ya no solo política sino afectiva– existente entre unos y otros. O más bien, de enamoramiento unilateral progresista con el Nuevo Hombre Islámico; ese hijo martirizado descendiente del Che Guevara y de Robin Hood según la curiosa teoría evolutiva darwiniano-izquierdista contemporánea. Varios desarrollos de los tiempos recientes han probado que los izquierdistas fanáticos y los musulmanes radicales tienen más en común de lo que las primeras vistas sugieren. Sí, tienen sus importantes diferencias. No obstante, ambos habitan un mismo planeta en el cual la adhesión al dogma ortodoxo, la supresión del pensamiento crítico y el fervor por la ideología totalitaria son elementos vitales para ellos tal como el aire lo es para los terráqueos.

El izquierdista radical y el fundamentalista islámico son seres eminentemente autoritarios. En las palabras del sociólogo argentino Patricio Brodsky, «en un caso será la tiranía en nombre de Alá, y en el otro en el de Marx, Lenin y el proletariado». Pero tiranía será. Y ambos son cabalmente religiosos. El caso de los musulmanes fundamentalistas no requiere mayor elaboración, y en el de los «talibanes de izquierda» –en la colorida caracterización de Brodsky– dicha religiosidad se expresa en la creencia en La Verdad Absoluta del manifiesto izquierdista, en su férreo dogmatismo ideológico, y sobre todo en la infalibilidad intelectual (ese noble talento para nunca equivocarse) que colma de virtud y grandeza a la sagrada empresa izquierdista cuyo canon incluye, por supuesto, al antisionismo y al antisemitismo. Se trata de una izquierda caduca, según la periodista española Pilar Rahola, «que ha perdido las utopías que ella misma traicionó y que, en su ingenuidad, cree recuperar parte de la épica perdida en cualquier pañuelito panarabista que se pone al cuello». Pañuelito, debemos agregar, que también cubre sus ojos al punto de enceguecerlos.

Prueba de ello han sido las varias manifestaciones de los militantes de Quebracho, cuando –kefiá en el rostro, palo en la mano, y banderitas del Hezbolá como pancarta– exhiben su clamor filoislamista y judeófobo en la calles porteñas. También la hemos visto en las aulas de ese bastión del izquierdismo argentino que es la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde pintadas gritaban «¡Por la destrucción del estado sionista fascista de Israel!» y «Judíos invasores, matemos judíos, hacé patria». Más evidencia hemos visto en la solicitada «Detengamos el genocidio israelí» publicada en el diario izquierdista Página12, en la que intelectuales de la talla de Beatriz Sarlo y Horacio Verbitzky han puesto sus firmas al servicio de la insensatez y la vileza del calibre más pueril. Y la hemos visto, asimismo, en la «Carta sobre el conflicto Israel-Palestina» escrita por las figuras estelares del anti-occidentalismo contemporáneo Noam Chomsky, José Saramago, Harold Pinter y John Berger, que acusa al estado judío de llevar adelante «una estratagema militar, económica, y geográfica de largo plazo cuyo objetivo político es nada menos que la liquidación de la nación palestina».

A este ritmo, deberíamos esperar demandas legales por parte de Tacuara contra los filósofos y letrados progres por el plagio ideológico de «haga patria, mate a un judío» y otro tanto por parte del Hamás, Hezbolá, la OLP y otras agrupaciones extremistas árabe-islámicas por robarles los intelectuales chic de Occidente la idea original de anhelar la obliteración de otro estado. Pero su plagio más peligroso sea quizás aquél que adopta la actitud nihilista del terrorismo suicida. Tal como el escritor Marcelo Birmajer ha postulado: «buena parte del coro intelectual de las democracias liberales está copiando una de las novedades que nos propone el fundamentalismo de Al-Qaeda y compañía: el suicidio. Los intelectuales se están autodestruyendo al no alzar su voz contra la amenaza del terrorismo».
Hasta hace algunas décadas atrás, luchar contra el racismo, el fascismo y el genocidio significaba estar a favor de los judíos. Hoy, producto de una indecente corrupción del lenguaje –donde el sionismo es racista, los israelíes son nazis, y los judíos somos cómplices del crimen que es Israel–, la lucha contra el racismo, el fascismo y el genocidio engloba, absurdamente, la oposición al estado judío. Es el mayor éxito de la incesante propaganda árabe, que ha envenenado sin el menor escrúpulo el discurso moral junto a sus fans en Occidente, esos tontos útiles de siempre cuya complicidad converge imperdonablemente en una matriz de errores, malicia e irresponsabilidad.

Comunidades, Comunidades - 2006

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

A propósito de la insensatez progresista – 06/09/06

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Que la mezcla de un progresista occidental y un fanático musulmán conforman un cóctel ideológico extraño –y además profundamente incongruente- nadie lo puede negar. Después de todo, el primero adhiere al ideario de la emancipación física, mental y espiritual del individuo, mientras que el segundo postula el encarcelamiento del cuerpo, de la mente y del alma del hombre. El progresismo supone la búsqueda de la libertad de los pueblos; el Islam fundamentalista materializa la opresión popular. El progresismo aspira a la hermandad universal; el Islam fanatizado al sometimiento mundial. Uno propone integración, el otro conquista. El progresista desea la democracia, el islamista la teocracia. El progresista respeta la variedad, el musulmán extremista la uniformidad. Donde uno celebra la paz, el otro canta a la guerra (“santa” si es que cabe tal noción). Mientras que el buen progresista adopta el laicismo como manifestación de superación intelectual frente al rito y al mito, el fanático musulmán abraza la religión –ese mentado “opio de los pueblos” en la doctrina marxista- de la manera más oscurantista y primitiva posible.

En efecto, y en apariencia, ningunas cosmovisiones podrían estar más distanciadas la una de la otra que el progresismo occidental y el fanatismo musulmán. Y sin embargo, es cada vez más usual el deplorable espectáculo de identificación -ya no solo política sino afectiva- existente entre unos y otros. O más bien, de enamoramiento unilateral progresista con el Nuevo Hombre Islámico; ese hijo martirizado descendiente del Che Guevara y de Robin Hood según la curiosa teoría evolutiva darwainiano/izquierdista contemporánea. Varios desarrollos de los tiempos recientes han probado que los izquierdistas fanáticos y los musulmanes radicales tienen más en común de lo que las primeras vistas sugieren. Sí, tienen sus importantes diferencias. No obstante, ambos habitan un mismo planeta en el cuál la adhesión al dogma ortodoxo, la supresión del pensamiento crítico, y el fervor por la ideología totalitaria, son elementos vitales para ellos tal como el aire lo es para los terráqueos.

El izquierdista radical y el fundamentalista islámico son seres eminentemente autoritarios. En las palabras del sociólogo Patricio Brodsky, “en un caso será la tiranía en nombre de Allah, y en el otro en el de Marx, Lenin y el proletariado”. Pero tiranía será. Y ambos son cabalmente religiosos. El caso de los musulmanes fundamentalistas no requiere mayor elaboración, y en el de los “talibanes de izquierda” -en la colorida caracterización de Brodsky- dicha religiosidad se expresa en la creencia en La Verdad Absoluta del manifiesto izquierdista, en su férreo dogmatismo ideológico, y por sobre todo en la infalibilidad intelectual (ese noble talento para nunca equivocarse) que colma de virtud y grandeza a la sagrada empresa izquierdista cuyo cánon incluye, por supuesto, al antisionismo y al antisemitismo. Se trata de una izquierda caduca, según la periodista española Pilar Rahola, “que ha perdido las utopías que ella misma traicionó y que, en su ingenuidad, cree recuperar parte de la épica perdida en cualquier pañuelito panarabista que se pone al cuello”. Pañuelito, debemos agregar, que también cubre sus ojos al punto de enceguecerlos.

Prueba de ello han sido las varias manifestaciones de los militantes de Quebracho, cuando –kefiá en el rostro, palo en la mano, y banderitas del Hizbollah como pancarta- exhiben su clamor filoislamista y judeófobo en la calles porteñas. También la hemos visto en las aulas de ese bastión del izquierdismo argentino que es la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde pintadas gritaban “¡Por la destrucción del estado sionista fascista de Israel!” y  “Judíos invasores, matemos judíos, hacé patria”. Más evidencia hemos visto en la solicitada “Detengamos el genocidio israelí” publicada en el diario izquierdista Página12, en la que intelectuales de la talla de Beatriz Sarlo y Horacio Verbitzky han puesto sus firmas al servicio de la insensatez y la vileza del calibre más pueril. Y la hemos visto, asimismo, en la “Carta sobre el conflicto Israel-Palestina” escrita por las figuras estelares del anti-occidentalismo contemporáneo Noam Chomsky, José Saramago, Harold Pinter y John Berger, que acusa al estado judío de llevar adelante “una estratagema militar, económica, y geográfica de largo plazo cuyo objetivo político es nada menos que la liquidación de la nación palestina”.

A este ritmo, deberíamos esperar demandas legales por parte de Tacuara contra los filósofos y letrados progre por el plagio ideológico de “haga patria, mate a un judío” y otro tanto por parte del Hamás, Hizbollah, la OLP y otras agrupaciones extremistas árabe-islámicas por robarles los intelectuales chick de Occidente la idea original de anhelar la obliteración de otro estado. Pero su plagio más peligroso sea quizás aquél que adopta la actitud nihilista del terrorismo-suicida. Tal como el escritor Marcelo Birmajer ha postulado: “buena parte del coro intelectual de las democracias liberales está copiando una de las novedades que nos propone el fundamentalismo de Al-Qaeda y compañía: el suicidio. Los intelectuales se están autodestruyendo al no alzar su voz contra la amenaza del terrorismo”.

Hasta hace algunas décadas atrás, luchar contra el racismo, el fascismo y el genocidio, significaba estar a favor de los judíos. Hoy, producto de una indecente corrupción del lenguaje –donde el sionismo es racista, los israelíes son nazis, y los judíos somos  cómplices del crimen que es Israel- la lucha contra el racismo, el fascismo y el genocidio engloba, absurdamente, la oposición al estado judío. Ello ha sido el éxito más acabado de la incesante propaganda árabe que ha inescrupulosamente envenenado el discurso moral junto a sus fans en Occidente, esos tontos útiles de siempre cuya complicidad converge imperdonablemente en una matriz de errores, malicia e irresponsabilidad.

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Por Julián Schvindlerman

  

La guerra aún no terminó – 23/08/06

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El balance al día de la fecha de la situación Líbano-Israel luce así: militarmente, hubo un empate entre los beligerantes. La tregua impuesta por la comunidad internacional salvó al Hizbollah de la ofensiva israelí, y no a la inversa, aunque al mismo tiempo frenó (de manera temporaria) las lluvias de misiles sobre Israel que este último no había logrado desactivar. Políticamente, sin embargo, el éxito ha sido rotundo para el estado israelí.

Ello quedó diplomáticamente reflejado en la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyo texto explícitamente identifica -por nombre- al Hizbollah como el generador de la crisis y lo responsabiliza por los muertos y heridos “en ambos lados”; una valiosísima sanción a la agrupación islamista por las víctimas tanto israelíes como libanesas. Ella exige la “liberación incondicional” de los soldados israelíes secuestrados; insta al cumplimiento de las resoluciones 1559 y 1680 que imponen sobre El Líbano y Siria, respectivamente, la obligación de desarmar al Hizbollah y de evitar la transferencia de armas al territorio libanés; demanda que la única autoridad y armamento posible en el sur libanés sea la del gobierno de El Líbano o la que éste autorice (equivalente a impedir la presencia de miembros armados del Hizbollah); crea una zona de seguridad entre la Línea Azul y el Río Litani, y brega por que dicha área no sea empleada para “actividades hostiles de ningún tipo”.  En otras palabras, esta resolución incorpora muchos de los objetivos estratégicos de Israel vis-a-vis Hizbollah. La resolución incluye algunos aspectos favorables a la contraparte (después de todo, los franceses han hecho su trabajo como co-redactores, junto con los Estados Unidos, de esta resolución) pero en el análisis final ella refleja una clara victoria diplomática par el estado judío.

Ahora resta por monitorear su implementación en el terreno, y los primeros indicios no son auspiciosos. El Hizbollah ya ha anunciado que no se desarmará. El gobierno de Fouad Siniora se contradice repetidamente acerca de su futura actitud hacia el Hizbollah, con pronunciamientos un día respecto de la intolerancia a nuevos abusos por parte del movimiento chiíta, y con otras declaraciones muy permisivas hacia los luchadores islamistas al día siguiente. La Unión Europea, que presionó a las partes por un cese de fuego, no parece ahora mostrar la capacidad o la vocación de hacerse cargo de la pacificación de la zona. La propia Francia ha evidenciado un liderazgo tan tibio en este sentido que han surgido pedidos de reemplazo para que sea Italia quien tome su lugar. Otros países europeos no parecen estar dispuestos ni si quiera a enviar soldados al terreno, mientras que aquellas pocas naciones que sí lo han ofrecido están fuera de la órbita europea, son mayormente musulmanas, y no poseen lazos diplomáticos con el estado judío, razón por la cuál Jerusalén ha rechazado su inclusión. Mientras tanto, Siria e Irán continúan suministrando armas a la agrupación chiíta fundamentalista, lo que ha motivado una reacción militar israelí y la consabida protesta mediática a las supuestas violaciones israelíes del falso cese de fuego.

En el flanco sur de Israel, además, la batalla con la otra agrupación islamista, Hamas, continúa. La atención hacia la situación en el norte ha desconsiderado la persistencia del conflicto en la Franja de Gaza, donde se desató la instancia previa a la actual crisis en primer lugar, con el secuestro del soldado Gilad Shalit y el trasfondo de más de 700 ataques con cohetes desde la retirada unilateral y los nunca abandonados intentos de terrorismo-suicida palestino. Durante los 33 días de duración de la guerra en El Líbano, y de manera similar a lo acontecido cuando el dictador de Bagdad atacó a Israel durante la última guerra del Golfo, han acaecido manifestaciones palestinas a favor del Hizbollah y ha habido pedidos populares al jeque Hassan Nasrallah para que bombardeé Tel-Aviv. Desde el abandono del “Corredor Filadelfia” (el estrecho cordón fronterizo entre Gaza y el desierto del Sinai), Egipto no ha hecho lo suficiente para impedir el contrabando de armas hacia las zonas palestinas, y el Islam fundamentalista de extracción sunita fue electo democráticamente al poder. Al-Qaeda ya ha golpeado en Sharm el-Sheik, una localidad turística no muy alejada del límite con Gaza, y dada su filiación sunita con el Hamas no sería descabellado suponer lazos de cooperación entre ambas agrupaciones islamistas radicales, especialmente a la luz del ascenso regional del chiísmo promovido por la República Islámica de Irán, la que a su vez -a pesar del sectarismo religioso- financia al propio Hamas.

Poco después de la retirada israelí de la zona sur de El Líbano en el año 2000, el liderazgo palestino lanzó la denominada “intifada Al-Aqsa”. La cercanía temporal no fue casual, y efectivamente reflejó la gravitación en la estrategia palestina en relación a los israelíes de la postura militante del Hizbollah que presentó dicho repliegue como una victoria del Islam frente a los “ocupadores sionistas”. Este último desenlace, nuevamente en territorio libanés, donde el ejército israelí irá retirándose gradualmente a medida que lleguen (si es que alguna vez lo harán) las fuerzas multinacionales, y donde Irán, Siria y el Hizbollah están clamando  una vez más una fraudulenta victoria, es precisamente el tipo de escenario que deberíamos observar con inquietud. Poco importa si estamos presenciando un renovada “libanización” en las áreas palestinas, o una regionalización del conflicto palestino-israelí. Lo relevante es que las fuerzas del mal que rodean a Israel siguen decididas a atacarla y bajo ningún punto de vista una tregua transitoria debe ser vista como la paz final.

Comunidades, Comunidades - 2006

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

¿Está Israel ganando la guerra? – 09/08/06

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La guerra mediática hace tiempo que Israel la viene perdiendo. Si bien por razones tanto políticas como morales el esclarecimiento sigue siendo vital, el desafío ha sido desde siempre gigantesco en un mundo habitado por un solo estado judío entre otros doscientos y por un pueblo de trece millones de almas entre más de seis mil millones, en el que las comunidades periodísticas, artísticas e intelectuales -es decir, los referentes culturales por excelencia- en cualquier región del globo, son mayormente hostiles a Israel.

Lo genuinamente inquietante en este caso es que Israel parece estar perdiendo esta guerra también en el plano militar y en el diplomático. Tradicionalmente, Israel sobresalía en el campo de la batalla y fracasaba en la arena diplomática, cuando la familia de las naciones -corta de memoria y de dignidad- olvidaba la agresión original contra el estado judío y prestamente intervenía para contener la efectiva defensa israelí. Este patrón aún se mantiene, y los llamamientos internacionales a un cese de fuego -gestados no con la operación guerrillero/terrorista del Hizbollah sino a partir de la respuesta militar israelí- lo demuestran.

Esto no comenzó así. En un principio, la reacción israelí recibió un atípico (si bien tibio) apoyo internacional. Sí, se oyeron las voces de condena de los rincones usuales -Kofi Annán, Human Rights Watch, Hugo Chávez, Clarín, Zapatero, Quebracho- pero a través de diversas declaraciones y resoluciones, la familia de las naciones parecía estar concediéndole a Israel el derecho a la autodefensa en tanto responsabilizaba al Hizbollah por la generación de esta crisis. El artífice crítico de esta movida pro-israelí (o mejor dicho, el creador del escudo contenedor de la ola anti-israelí) fue el gobierno de los Estados Unidos, cuya determinación frustró la adopción de resoluciones de condena contra Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la reunión del G-8 en San Petersburgo, en los encuentros de Bruselas y otros lados, quién enfatizó repetidamente que un cese de fuego prematuro simplemente no era una opción diplomática aceptable, y quién incluso proveyó de bombas anti-bunker a Tzahal.

El supuesto de Washington era que el ejército israelí ganaría rápidamente esta batalla. La administración republicana comprendió correctamente que la guerra actual no era solamente un problema fronterizo entre El Líbano e Israel, sino una ofensiva regional iraní en primer grado y un avance islamista contra Occidente en segundo. El presidente Bush enmarcó esta crisis en la más amplia “guerra contra el terror” y, decidido a permitirle al estado judío quebrar al agente terrorista de Irán en Beirut, creó el encuadre diplomático oportuno para que el ejército israelí hiciera su trabajo. Pero el ejército israelí no hizo lo suyo, o al menos no lo hizo en el tiempo que el mundo consideró adecuado, y finalmente la Casa Blanca cedió a las presiones y protestas mundiales.

Las fallas de la inteligencia israelí en no advertir el rearme de la agrupación chiíta y la nula iniciativa de la cancillería en despertar atención mundial al respecto, en un plazo de seis años, son serios fracasos domésticos. Pero la ausencia de logros militares destacables en lo que va de la guerra no es un asunto meramente interno, pues los resultados del accionar israelí tienen repercusiones más allá de las fronteras libanesas. Hasta la fecha, Israel no ha logrado capturar o matar a Hasan Nasrallah ni a ningún otro líder de envergadura, no ha dañado de manera significativa la capacidad bélica del Hizbullah, no ha ganado territorio enemigo crítico, ni ha impedido que el “Partido de Ds” siga lanzando misiles contra poblados y ciudades israelíes. Durante las primeras dos semanas de la guerra, Hizbollah lanzó, en promedio, cien misiles diarios. Esta última semana llegó a lanzar ciento cincuenta cierto día, y recientemente lanzó doscientos misiles en un solo día. La agrupación islamista está dando un mensaje claro a los israelíes y al mundo entero, y éste parece ser recibido desde Washington hasta Bruselas. Como señalara el analista político estadounidense Bret Stephens, al principio, el gobierno israelí declaró que necesitaba dos semanas para realizar su tarea; hoy sigue diciendo lo mismo. Al principio, el ejército declaró haber destruido el 50% de la capacidad militar del Hizbollah; esta semana dijo que destruyó el 25%. Al principio, el premier Ehud Olmert anunció que el objetivo de la campaña militar era rescatar a los soldados secuestrados y desarmar al Hizbollah; hasta hoy no hay noticias acerca de los soldados secuestrados y parece que Israel deberá contentarse con apartar, sin certezas de desarme completo, al movimiento chiíta de la zona sur de El Líbano, y aceptar fuerzas de paz multinacionales en su frontera norte.

Aclaremos que al hablar de derrota israelí, no nos referimos a que Hizbollah vaya a izar su bandera sobre Tel-Aviv. Esto ciertamente no sucederá. Los términos del eventual fracaso israelí están siendo aquí evaluados en función al daño -terminal o efímero- que al final del camino el ejército inflinga a la agrupación terrorista islamista. En este sentido, y a pesar de los traspiés, es fundamental no caer presas del derrotismo. Si Hizbollah demostró ser un combatiente más feroz de lo anticipado, ello no debería desarticular la razón de la campaña, sino reforzarla. Ni ningún accidente de guerra, como desafortunada e inevitablemente ocurren en todas las guerras, debería precipitar decisiones estratégicas erradas en Jerusalén, ni a llevarnos a los judíos de la diáspora a cuestionar la legitimidad de la defensa israelí en una contienda que -no lo olvidemos- Israel no inició y que hubiera deseado no tener que pelear jamás.

Este drama acarrea consigo el germen de la posibilidad: la de deshacer al Hizbollah como un agente perturbador de relevancia y la de aleccionar a Teherán. Pero de manera más crucial aún, esta guerra ha dado la chance a Israel de recomponer su capacidad de disuasión militar ante el mundo árabe y de reafirmar su valor estratégico como aliado de Washington. Esperemos que los líderes israelíes sepan y puedan transformar esta dura crisis en una bien aprovechada oportunidad.

Televisivas

Hora Clave – 30/07/06

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Programa: Hora Clave
Conducción: Mariano Grondona
Canal: 9 (Bs As – Argentina)
Fecha: 30/07/2006

Parte 1 – Duración: 9′ 31″
Parte 2 – Duración: 9′ 31″

Parte 3 – Duración: 9′ 31″
Parte 4 – Duración: 9′ 38″

Parte 5 – Duración: 8′ 55″
Parte 6 – Duración: 7′ 00″