Temas:
Drones iraníes en Ucrania
Absorción de inmigrantes en Israel
Programa: Poder & Dinero
Conducen: Sergio Berensztein, Fabián Calle y Santiago Montoya
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Por Julián Schvindlerman
  Por Julián Schvindlerman
Infobae – 20/10/2022
La infame misoginia del régimen clerical que gobierna la República Islámica de Irán ha consternado a gran parte del mundo libre tras el homicidio de la joven kurda iraní Mahsa Jeena Amini. Desde entonces, los testimonios sobre esa y otras atrocidades cometidas contra mujeres en Irán han sumado más horror al tétrico panorama ya conocido.
Hasan Shirazi, primer teniente de la comisaría de la “policía de moralidad” a la que fue llevada Mahsa, reportó a sus superiores lo acontecido. Identificó al coronel Seyyed Abbas Hosseini como quien golpeó a la joven iraní al intentar silenciarla. Al parecer, ella no dejaba de gritar y tomarse la cabeza tras su arresto. Mariam Memarsadeghi recopiló los hechos en la revista Tablet: “Según el testimonio de Shirazi, Hosseini le dijo a Mahsa que se callara y la golpeó tan fuerte que cayó al suelo inconsciente. Aparentemente, todos en la estación guardaron silencio cuando el coronel Hosseini comenzó a patear a Mahsa y pidió que la llevaran al nivel 2 del sótano, la unidad más oscura del centro de detención. Las guardianas no pudieron levantar a Mahsa y una gritó de pánico al ver que le sangraba el oído”. Empleados del hospital dijeron a la prensa que Mahsa recibió más de diez golpes en la cabeza.
Anotó el filósofo francés Bernard Heni-Levy: “Mahsa Jeena Amini, la estudiante kurda que empezó todo, con el pelo suelto, pero en una cama de hospital, por un respirador incapaz de salvarla”.
A partir de entonces, Irán estalló en un volcán de manifestaciones. En las calles, en las escuelas, en las universidades, en una estación petrolera e incluso en la notoria prisión Evin, que alberga muchos disidentes políticos. Conforme contó Atena Daemi, una activista iraní que pasó siete años encarcelada allí, en el pabellón de mujeres varias reclusas, algunas sin el velo puesto, derribaron la puerta del edificio y salieron al patio a corear consignas contra el gobierno. Los guardias les ordenaron regresar a sus celdas y lanzaron gas lacrimógeno. “Las mujeres también informaron haber visto guardias armados con rifles apuntándolas con miras láser, que proyectan un haz visible” informó The Wall Street Journal.
El espanto es ilimitado. En Baluchistán, un policía violó a una manifestante. En Teherán, una joven que filmaba el arresto de un estudiante amigo de la prestigiosa Universidad Sharif fue tiroteada por los esbirros del régimen. En una escuela secundaria, una adolescente que se negó a cantar loas al Líder Supremo Alí Khamenei, fue matada a golpes. Días atrás, los medios de prensa internacionales se colmaron de fotografías de la campeona escaladora Elnaz Rekabi trepando por una pared en las competencias de Seúl, sin el velo sobre su cabellera. Luego trascendió que su pasaporte y celular habían sido confiscados y ella obligada a regresar a Irán prematuramente. Al poco tiempo apareció una extraña publicación en su cuenta de Instagram: “mi velo tuvo problemas no intencionales”.
Al momento de escribir esta columna, The New York Times reportó que al menos 240 manifestantes fueron matados, incluidos 32 niños, y casi 8.000 fueron arrestados.
“Haría falta que todas las feministas apoyen a las audaces mujeres de Irán, que arriesgan sus vidas a diario para poner fin a su encarcelamiento de décadas por parte de fanáticos medievales, en esta narración desmesurada del mundo real de The Handmaid’s Tale, al no aceptar más formas de subyugación que ellas rechazan en sus propios países”, apuntó Henri-Levy. De por cierto, muchas mujeres en Occidente salieron en apoyo de las mujeres iraníes, alzando sus voces en público, portando pancartas o cortándose un mechón de sus cabellos; incluso un puñado de activistas de derechos humanos protestó por sus largamente asediadas colegas iraníes frente a la embajada de Irán en Buenos Aires. Cuando algunas políticas europeas se sumaron a la moda solidaria del corte del mechón, Masih Alinejad -la iniciadora de la revuelta del velo en Irán años atrás, hoy exiliada en Estados Unidos, y a quien hace poco un islamista intentó asesinar- declaró: “No quiero que políticas occidentales se corten el pelo, quiero que corten sus vínculos con la República Islámica”. Aplausos.
La fotógrafa holandesa Marinka Masséus realizó un tributo visualmente conmovedor, y en cierto sentido épico, en honor de las mujeres de Irán, que vale la pena recordar en estos momentos de tribulación. En 2016 viajó a Irán a fotografiar secretamente a jóvenes mientras el velo que acababan de arrojar al aire caía con liviandad sobre ellas -en una habitación herméticamente cerrada para evitar ser vistas desde afuera- y documentó algunos de sus testimonios. Las poderosamente bellas imágenes están acompañadas de reflexiones que iluminan la tristeza de sus almas. Por citar solo una de ellas: “Siempre he padecido el hijab compulsivo. Siempre anhelo sentir el viento en mis cabellos. El peso está más allá de la imaginación, pero es solo la punta del iceberg”.
Comentó premonitoriamente la fotógrafa: “Todos los días, los iraníes, especialmente las mujeres, desafían valientemente al régimen con pequeños actos de desafío. Al llevar el hijab demasiado bajo, los colores demasiado llamativos, los pantalones demasiado ajustados o el abrigo demasiado corto. Juntos, estos actos constantes de valentía están afectando el cambio, evolucionando lenta pero visiblemente”. Masséus -quien admirablemente no vestía el velo obligatorio al desplazarse por Teherán, gesto que fue respaldado por desconocidas que se la cruzaban- también observó: “Después de la revolución de 1979, el régimen islámico de Irán eligió el velo obligatorio de las mujeres como símbolo de su victoria. Por tanto, es lógico que las mujeres iraníes utilicen ese mismo símbolo para luchar contra el régimen”.
Al des-velarse en su país, las mujeres iraníes han desvelado a la teocracia que las oprime. Y no menos importante, han sacudido a muchas feministas occidentales cuya indiferencia hacia sus penurias perduró por un lapso de tiempo demasiado prolongado.
Escritor. Profesor titular de la carrera de relaciones internacionales en la Universidad de Palermo.
Tema: Análisis del acuerdo marítimo entre El Líbano e Israel
Programa: Poder & Dinero
Conducen: Sergio Berensztein, Fabián Calle y Santiago Montoya
Tema: Las mujeres se sublevan en Irán
Programa: Poder & Dinero
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Tema: El Vaticano durante el Holocausto (18/9/2022)
Seminario «La enseñanza de la Shoa» organizado por Universidad Hebraica, Claims Conference, Museo Memoria y Tolerancia, CEM, Asociación Yad Vashem.

Tema: La importancia de la lucha contra la negación del Holocausto: el caso Eichmann y una perspectiva argentina
https://www.idp.edu.br/eventos/webinar-ensino-holocausto-brasil/


Por Julián Schvindlerman
  Dos años antes de la fatua contra Salman Rushdie, una parodia alemana enfadó al régimen iraní
Por Julián Schvindlerman
Libertad Digital (España) – 1/9/2022
Rudolf Wijbrand Kesselaar, conocido por su nombre artístico Rudi Carrell (1934–2006), fue una personalidad televisiva de origen holandés que triunfó en Alemania. Sus programas El show de Rudi Carrell (1965-1972) y Rudi’s Tagesshow (1981-1987) fueron vistos por alrededor de dos tercios de los televidentes alemanes occidentales.
Solía burlarse de los políticos usando trucos de fotomontaje, y lo hizo por muchos años sin mayores problemas. Hasta que dedicó un brevísimo fragmento televisado al Líder Supremo de Irán. La parodia fue transmitida el domingo 15 de febrero de 1987 y vista por más de 20 millones de espectadores. El corto mostró imágenes reales de una manifestación masiva en Teherán que celebraba el octavo año del triunfo de la revolución islamista, combinadas con trucos visuales que hacían parecer que mujeres iraníes arrojaban su ropa interior a los pies del Ayatolá Ruollah Khomeini. Los catorce segundos del corto que se emitieron en la cadena nacional ARD podían ser interpretados como una crítica divertida al gobierno iraní, que cuatro años antes había impuesto el velo y la obligación de vestir modestamente a las mujeres iraníes.
Paul Cliteur narró los detalles del caso en su libro Teoterrorismo versus libertad de expresión: de incidente a precedente (2019).
Inmediatamente después de la transmisión del programa, Reinhard Schlagintweit, el funcionario responsable de los contactos con el Medio Oriente en la Cancillería alemana, recibió un llamado telefónico del embajador iraní en Bonn, Mohammad Djavad Salari. Éste protestó enérgicamente la “miserable ofensa” que significó la emisión del corto, el cual, en su impresión, había insultado al Líder Supremo de Irán y a los musulmanes “de todo el mundo”.
Prontamente, las represalias se manifestaron. Los consulados iraníes en Berlín Occidental, Bremen y Hamburgo fueron cerrados. Un vuelo de Frankfurt a Teherán de Iran Air Flight se retrasó durante seis horas y media porque el personal de Iran Air organizó una huelga para protestar contra el programa de TV. El régimen ayatolá ordenó a dos diplomáticos de Alemania Occidental que abandonaran el país. Estudiantes iraníes realizaron una protesta ante la embajada de Alemania Occidental en Teherán, coreando consignas contra Alemania Occidental y Estados Unidos. El Instituto Cultural Goethe en Teherán fue cerrado. Y como era de esperar, Rudi Carrell fue amenazado y tuvo que recibir protección policial.
Cuatro días después de la emisión del corto, Carrell llamó personalmente al embajador de Irán para disculparse: “Si mi chiste sobre el ayatolá Khomeini ha causado ira en Irán, lo lamento mucho y deseo que el pueblo iraní me perdone”. También hizo pública su mea culpa en su programa Tagesschau. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania lamentó que Carrell se hubiera burlado de Khomeini pero recalcó que el gobierno garantizaba la libertad de expresión. El día previo a la disculpa de Carrell, el portavoz oficial, Friedrich Wilhelm Ost, dijo en una reunión con la prensa: “Esperamos que podamos suavizar un poco las cosas explicando que Alemania Occidental tiene televisión, prensa y radio gratuitas sobre las cuales el estado no tiene control”. La estación de televisión alemana también ofreció sus disculpas. El director de Westdeutscher Rundfunk, productora del programa, lamentó que “un intento político-satírico se haya puesto en un contexto religioso […] Nadie quería ofender los sentimientos de los creyentes”. Cliteur advierte cuan rápidamente el foco de interés cambió del Ayatolá a los “creyentes” en general.
Estos lamentos no convencieron al embajador iraní en Bonn. El 20 de febrero, Mohammed Djavad Salari exigió una disculpa formal de Alemania Occidental por el programa de televisión en cuestión. Friedrich Ost le respondió que el gobierno alemán ya había expresado su pesar por la parodia y recordó que el propio Carrell también se había disculpado. Pero Salary siguió quejándose en una conferencia de prensa: “Nuestro pueblo y nuestro gobierno esperan que el gobierno de Alemania Occidental tome medidas más concretas. Una disculpa facilitaría las cosas”. Admirablemente, ni el Canciller Helmut Kohl ni el ministro de Asuntos Exteriores Hans Dietrich Genscher lo hicieron. Bonn instruyó a sus funcionarios a que explicaran que en la democracia alemana el gobierno no controlaba a los medios.
El caso concitó atención global. The New York Times tituló: “Irán se atraganta con una broma alemana”. The Boston Globe criticó con dureza al gobierno en Teherán: “El pueblo iraní ha sufrido horrores indescriptibles a manos de Khomeini y sus secuaces […] Ellos son los que deben una disculpa a los musulmanes en Irán y en todo el mundo”. Pero dado que Carrell era de origen holandés, el episodio repercutió especialmente en Holanda.
La corporación de radiodifusión socialista Vara decidió emitir el corto de la discordia. El 23 de febrero, ocho días después de la transmisión en Alemania, la televisión holandesa se aprestaba a difundirlo cuando “sucedió algo insólito” según relata Cliteur: el ministro holandés de Asuntos Exteriores, Hans van den Broek, llamó personalmente a la Corporación de Radiodifusión Holandesa unos segundos antes del inicio del programa para convencer al presentador Paul Witteman de que cancelara la publicación del sketch. El periodista invitó al ministro a llamar nuevamente y exponer en vivo su pedido de autocensura. Van den Borek asintió y ambos debatieron al aire. En cierto momento Witteman preguntó: “¿No cree que es un poco extraño para nosotros en los Países Bajos tener tal consideración por el sentido del humor en Irán?”. Aun así, aceptó no emitir el fragmento.
Dos años más tarde, Khomeini va a hacer público su edicto homicida contra el escritor indio-musulmán Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, la cual el Líder Supremo de Irán jamás leyó. Con el tiempo se sucederán otras controversias (o peores situaciones) por ofensas, reales o percibidas, en torno a la religión del islam: el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh por su film crítico Sumisión (2004) y la decapitación del docente francés Samuel Paty por mostrar imágenes del profeta Mahoma en clase (2020), la publicación de caricaturas burlescas de Mahoma en el diario danés Jyllands Posten (2005) y la revista francesa Charlie Hebdo (2015), el discurso del Papa Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona (2006) y la censura impuesta en varias naciones musulmanas a la película inglesa Lady of Heaven (2021), por recordar algunos casos emblemáticos.
“Lo que en 1987 parecía un ´incidente´”, anotó Paul Cliteur, “poco a poco se convirtió en un patrón”. Aunque largamente olvidada, esta parodia alemana de catorce segundos de duración sobre el imán Khomeini posiblemente haya marcado uno de los primeros antecedentes modernos de los malentendidos culturales -por decirlo con elegancia- que todavía atormentan las relaciones entre Oriente y Occidente.
Por Julián Schvindlerman
  Forty years ago this month, the PLO leader was hosted by Pope John Paul II at the Vatican
By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 7/9/2022
https://blogs.timesofisrael.com/purple-september-when-yasser-arafat-first-visited-the-vatican/
From the onset of the Palestinian-Israeli conflict, the Papacy adopted a pro-Palestinian tilt. One of the most prominent manifestations of such a stance took place on September 15, 1982, when John Paul II welcomed Yasser Arafat, leader of the Palestine Liberation Organization (PLO), at the Vatican. A few days earlier, Vatican spokesman Romeo Panciroli announced to the press that the Pope was “ready to meet Yasser Arafat.” The putative freedom fighter was expected in Rome to participate as an observer at the Conference of the Interparliamentary Union that would bring together representatives from 98 nations.
The Pope knew that Arafat led a bloody group that had been massacring civilians in attacks inside and outside Israel and the Middle East since the end of the 1960s, and that called for the obliteration of the Jewish state. His actions had shocked much of the free world, and while he was the most prominent spokesman for the Palestinians worldwide, a meeting with the Pope would grant him an extraordinary platform and a veneer of legitimization. For the Pope was widely seen as a symbol of peace, whereas Arafat -at least in many quarters of the globe- was regarded a symbol of terror.
The timing was peculiar. The PLO had just been militarily defeated in Lebanon by the Israeli army and Arafat and his men were forced to seek refuge in Tunisia. The Palestinian leader was desperate for political rehabilitation and so he had secured invitations to Moscow, Athens and Fez. Few diplomatic events like being received at the Vatican could improve his image in the eyes of hundreds of millions of Catholics in the West.
Arafat had been looking forward to this meeting for some time. He and the Pope had exchanged letters and New Year’s greetings, and after the Israeli invasion of Lebanon, the Palestinian let the Holy See know that he was eager for an audience. The tête-à-tête was “a possibility being pursued ´with intensity´ by the PLO and with ´high interest´ by the pope’s office,” The Washington Post reported in early 1982. During the siege of Beirut, the Pope had condemned the use of “brute force” and had called for the recognition of the “rights” of the Palestinians. The day before Arafat’s arrival in Rome, his archenemy in Lebanon, the just-elected President Bashir Gemayel of the Christian Phalangist Party, was killed in a bomb attack that left several dead and dozens wounded. Thus, the Supreme Pontiff´s decision to receive Arafat caused much discomfort not only among the Israelis, but also among the Lebanese Maronite Christians.
The audience lasted nearly twenty-five minutes. The Pope gave Arafat a medal with his own image, and Arafat gave John Paul II a pearl replica of the Nativity made by craftsmen in Bethlehem. The two advisers who accompanied the Palestinian leader changed their fatigues for a jacket and tie in order to look like diplomats, as one of them would say. Arafat wore his traditional military uniform but did not carry his personal pistol. A statement released by the Vatican after the audience said the Holy Father wanted to see a Middle East peace solution that would lead to “the recognition of the rights of all peoples, and in particular those of the Palestinian people to their own homeland and Israel to its security.” It also noted that the Pope told Arafat that peace should be pursued without “the recourse to arms and violence of any type, and above all terrorism and revenge.”
The text had positive elements, such as the condemnation of terrorism by name, the implicit admission that it was the cause of the IDF´s retaliation, and an affirmation of Israel’s right to security. Unfortunately, these were far outweighed by the negative elements. The statement suggested that only the Palestinians suffered in this conflict, put terrorism and reprisals at the same level and by not identifying them, it left a vague interpretation as to who committed terrorism and who reprisals, and Israel’s right to security was linked to the rights of the Palestinians.
At the audience´s end, Arafat said that it had been an historic meeting. PLO spokesman Mahmoud Labadi called it “especially warm” and compared Arafat to Jesus Christ, portraying him as a Palestinian seeking to help the poor and the oppressed. A Palestinian Catholic priest close to Arafat, Ibrahim Ayyad, bragged after the meeting that now Catholics around the world would stop seeing the PLO as a terrorist organization. Arafat left Vatican City in a car-procession that escorted him through the streets of Rome. Newsweek reported that as it exited the gates, Arafat glowed inside his limousine and raised his fingers in a triumphant V of victory.
The Israelis were displeased, to say the least. “What else can one say,” Prime Minister Menachem Begin commented, “except to express disgust?” Jerusalem Mayor Teddy Kolleck called the meeting “astonishing” and refused to attend a mass celebrating the inauguration of John Paul II the following month. The Supreme Pontiff’s call for Arafat to recognize Israel’s right to security was challenged by Israeli observers who noted that as long as the Vatican itself refused to diplomatically recognize the Jewish state, it had no authority to advise in that regard.
In the lead-up to the meeting, Vatican and Israeli authorities had publicly exchanged spats. Cabinet spokesman Dan Meridor said that “If, in fact, Arafat meets the Pope, Israel would view the meeting grievously.” Menachem Begin criticized the Pope for agreeing to meet Arafat, accused the Vatican of indifference during the Nazi Holocaust and of inaction about the plight of Christians during the Lebanese civil war. The Vatican responded by characterizing such words as “surprising, almost incredible” as well as being a “an outrage to the truth,” and objected the language “so little respectful of the person of a Pope of whom one cannot ignore what he has said on numerous occasions, and particularly during his visit to Auschwitz to condemn and abhor the genocide directed by the Nazis against the Jewish people (and not only against them).”
The controversial meeting had caused a political storm, so the Holy See sought to downplay it by instructing Cardinal Johannes Willebrands, Secretary of the Vatican´s Commission for Religious Relations with the Jews, to convey the message that receiving Arafat “cannot in any way be interpreted as hostile to Israel and the Jewish people” but was intended to “further the goals of peace and promote understanding among nations.”
But did it? A mere three weeks later, on October 9, the deadliest attack against Jews in Italy since the end of World War II occurred, when five Palestinian terrorists threw hand grenades and fired upon Jewish worshipers as they exited the main synagogue of Rome. Stefano Taché, two years old, died in the attack and 37 other people were injured, including his brother Gadiel, 4 years old, who was shot in the chest and head. The assailants escaped in two cars. Finding itself in an awkward position, the Vatican reacted strongly. Its official newspaper Osservatore Romano called the attack “an episode of incredible cowardice” whereas the Pope, in a telegram sent to Cardinal Ugo Poletti of Rome, condemned it as a “criminal action,” a “terrorist gesture” and “a manifestation of hate and blind violence.” In 1986, during the first recorded papal visit to a synagogue, John Paul II met with the mother of the child killed in this attack.
During his pontificate, John Paul II met twelve times with the head of the PLO. During an interview with Polish journalist Brygida Grysiak, contained in her book He Liked Tuesdays Best: A Story About Everyday Life of the Blessed John Paul II, the pope´s personal secretary from 1996 until his death in 2005, Archbishop Mieczyslaw Mokrzycki, said that the pope “had a special liking” for Arafat, to whom, he added, granted an audience whenever he requested it, “even if the pontiff was on vacation.” The positive image that the Papacy had of the Palestinian warrior was summed up in an official message issued on the occasion of Arafat´s death in November 2004. Yasser Arafat, the Holy See statement said, was “a leader of great charisma who loved his people and tried to lead them to national independence.”
Forty years ago this month, the Papacy did its best to assist the PLO chairman in the effort.
Version en Español:
Septiembre Púrpura: Cuando Yasser Arafat visitó por primera vez el Vaticano
Hace cuarenta años este mes, el líder de la OLP fue recibido por el Papa Juan Pablo II en el Vaticano.
Desde el inicio del conflicto palestino-israelí, el Papado adoptó una inclinación pro-palestina. Una de las manifestaciones más destacadas de tal postura tuvo lugar el 15 de septiembre de 1982, cuando Juan Pablo II recibió en el Vaticano a Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Unos días antes, el portavoz del Vaticano, Romeo Panciroli, anunció a la prensa que el Papa estaba “listo para reunirse con Yasser Arafat”. Se esperaba que el supuesto luchador por la libertad participara en Roma como observador en la Conferencia de la Unión Interparlamentaria que reuniría a representantes de 98 naciones.
El Papa sabía que Arafat encabezaba un grupo sanguinario que había estado masacrando a civiles en ataques dentro y fuera de Israel y Medio Oriente desde fines de la década de 1960, y que pedía por la aniquilación del estado judío. Sus acciones habían conmocionado a gran parte del mundo libre y, si bien era el portavoz más destacado de los palestinos en todo el mundo, una reunión con el Papa le otorgaría una plataforma extraordinaria y una pátina de legitimidad. Puesto que el Papa era ampliamente visto como un símbolo de paz, mientras que Arafat, al menos en muchas partes del mundo, era considerado un símbolo del terror.
El momento era peculiar. La OLP acababa de ser derrotada militarmente en el Líbano por el ejército israelí y Arafat y sus hombres, obligados a buscar refugio en Túnez. El líder palestino estaba desesperado por rehabilitarse políticamente, por lo que consiguió invitaciones a Moscú, Atenas y Fez. Pocos hechos diplomáticos como ser recibido en el Vaticano podrían mejorar su imagen ante los ojos de cientos de millones de católicos en Occidente.
Arafat había estado esperando esta reunión durante algún tiempo. Él y el Papa habían intercambiado cartas y saludos de año nuevo, y después de la invasión israelí del Líbano, el palestino hizo saber a la Santa Sede que estaba ansioso por una audiencia. El tête-à-tête era “una posibilidad que la OLP buscaba ´con intensidad´ y la oficina del Papa con ´gran interés´”, informó The Washington Post a principios de 1982. Durante el asedio de Beirut, el Papa había condenado el uso de la “fuerza bruta” y había pedido el reconocimiento de los “derechos” de los palestinos. El día anterior a la llegada de Arafat a Roma, su archienemigo en el Líbano, el recién electo presidente Bashir Gemayel, del Partido Falangista Cristiano, murió en un atentado con bomba que dejó varios muertos y decenas de heridos. Así, la decisión del Sumo Pontífice de recibir a Arafat causó mucho malestar no sólo entre los israelíes, sino también entre los cristianos libaneses maronitas.
La audiencia duró casi veinticinco minutos. El Papa entregó a Arafat una medalla con su propia imagen, y Arafat entregó a Juan Pablo II una réplica en perla de la Natividad realizada por artesanos en Belén. Los dos asesores que acompañaban al líder palestino cambiaron su uniforme de faena por saco y corbata para parecer diplomáticos, como diría uno de ellos. Arafat vistió su uniforme militar tradicional pero no portó su pistola personal. Una declaración emitida por el Vaticano después de la audiencia dijo que el Santo Padre quería ver una solución pacífica en Oriente Medio que condujera al “reconocimiento de los derechos de todos los pueblos, y en particular los del pueblo palestino a su propia patria e Israel a su seguridad”. También señaló que el Papa le dijo a Arafat que la paz debía buscarse sin “el recurso de las armas y la violencia de ningún tipo, y sobre todo el terrorismo y la venganza”.
El texto tenía elementos positivos, como la condena del terrorismo por su nombre, la admisión implícita de que fue la causa de las represalias de las Fuerzas de Defensa de Israel y una afirmación del derecho de Israel a la seguridad. Desafortunadamente, estos fueron superados con creces por los elementos negativos. La declaración sugirió que solo los palestinos sufrieron en este conflicto, puso el terrorismo y las represalias al mismo nivel y al no identificarlos, dejó una vaga interpretación sobre quién cometió terrorismo y quién represalias, y el derecho de Israel a la seguridad estaba vinculado a los derechos de los palestinos.
Al final de la audiencia, Arafat dijo que había sido un encuentro histórico. El portavoz de la OLP, Mahmoud Labadi, lo calificó de “especialmente cálido” y comparó a Arafat con Jesucristo, retratándolo como un palestino que busca ayudar a los pobres y a los oprimidos. Un sacerdote católico palestino cercano a Arafat, Ibrahim Ayyad, se jactó después de la reunión de que ahora los católicos de todo el mundo dejarían de ver a la OLP como una organización terrorista. Arafat salió de la Ciudad del Vaticano en una procesión de automóviles que lo escoltó por las calles de Roma. Newsweek informó que cuando salió por los portones, Arafat brillaba dentro de su limusina y levantó los dedos en una V triunfal de victoria.
Los israelíes estaban disgustados, por decir lo menos. “¿Qué más se puede decir”, comentó el primer ministro Menachem Begin, “excepto expresar disgusto?” El alcalde de Jerusalén, Teddy Kolleck, calificó la reunión de “asombrosa” y se negó a asistir a una misa que celebraba la toma de posesión de Juan Pablo II el mes siguiente. El llamado del Sumo Pontífice para que Arafat reconozca el derecho de Israel a la seguridad fue cuestionado por observadores israelíes que señalaron que mientras el propio Vaticano se negara a reconocer diplomáticamente al estado judío, no tenía autoridad para aconsejar al respecto.
En el período previo a la reunión, las autoridades del Vaticano e Israel habían intercambiado quejas públicas. El portavoz del gabinete, Dan Meridor, dijo que “si, de hecho, Arafat se reúne con el Papa, Israel vería la reunión con tristeza”. Menachem Begin criticó al Papa por aceptar reunirse con Arafat, acusó al Vaticano de indiferencia durante el Holocausto nazi y de inacción ante la difícil situación de los cristianos durante la guerra civil libanesa. El Vaticano respondió calificando tales palabras de “sorprendentes, casi increíbles” además de “un ultraje a la verdad”, y objetó el lenguaje “tan poco respetuoso de la persona de un Papa del que no se puede ignorar lo que ha dicho en numerosas ocasiones, y particularmente durante su visita a Auschwitz para condenar y aborrecer el genocidio dirigido por los nazis contra el pueblo judío (y no sólo contra él)”.
La controvertida reunión había provocado una tormenta política, por lo que la Santa Sede trató de restarle importancia al instruir al Cardenal Johannes Willebrands, secretario vaticano de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, que transmitiese el mensaje de que recibir a Arafat “no puede ser de ninguna manera interpretado como hostil a Israel y al pueblo judío”, sino que estaba destinado a “promover los objetivos de la paz y promover el entendimiento entre las naciones”.
¿Pero lo hizo? Apenas tres semanas después, el 9 de octubre, ocurrió el atentado más mortífero contra los judíos en Italia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando cinco terroristas palestinos arrojaron granadas de mano y dispararon contra fieles judíos cuando salían de la sinagoga principal de Roma. Stefano Taché, de dos años, murió en el ataque y otras 37 personas resultaron heridas, entre ellas su hermano Gadiel, de 4 años, quien recibió disparos en el pecho y la cabeza. Los asaltantes se dieron a la fuga en dos autos. Al encontrarse en una posición incómoda, el Vaticano reaccionó con fuerza. Su periódico oficial, Osservatore Romano, calificó el ataque como “un episodio de increíble cobardía”, mientras que el Papa, en un telegrama enviado al cardenal Ugo Poletti de Roma, lo condenó como una “acción criminal”, un “gesto terrorista” y “una manifestación de odio y violencia ciega.” En 1986, durante la primera visita papal registrada a una sinagoga, Juan Pablo II se reunió con la madre del niño asesinado en este ataque.
Durante su pontificado, Juan Pablo II se reunió doce veces con el titular de la OLP. Durante una entrevista con la periodista polaca Brygida Grysiak, contenida en su libro Le gustaban más los martes: una historia sobre la vida cotidiana del beato Juan Pablo II, el secretario personal del Papa desde 1996 hasta su muerte en 2005, el arzobispo Mieczyslaw Mokrzycki, dijo que el Papa “tenía un cariño especial” por Arafat, a quien, añadió, concedía una audiencia siempre que se la solicitaba, “incluso si el pontífice estaba de vacaciones”. La imagen positiva que el Papado tenía del guerrero palestino quedó resumida en un mensaje oficial emitido con motivo de la muerte de Arafat en noviembre de 2004. Yasser Arafat, decía el comunicado de la Santa Sede, fue “un líder de gran carisma que amaba a su pueblo y trató de llevarlo a la independencia nacional”.
Hace cuarenta años este mes, el Papado hizo todo lo posible por ayudar al titular de la OLP en el esfuerzo.
Tema: las negociaciones en Viena por el programa nuclear de Irán
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